¿»4.25″?


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vueltabajo colectivo. foto:milton ramírez malavé.

Tengo una relación curiosa con los escritores y escritoras de cierta generación.  Con las escritoras, especialmente. Baby-boomers, las llamarían los que gustan de segmentar la historia así, por generaciones. Yo me refiero aquí a las escritoras que leí repetidamente, con admiración y con fruición, durante esos años que, aunque lo ignoremos en el momento, nos definen como lectores y nos forjan como escritores. Y como personas. La relación «curiosa» va más o menos así: mi primer impulso, si me encuentro de frente con una de estas escritoras (Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, mujeres por el estilo) no es hacer conversación, porque enmudezco de pura timidez y desamparo, star-struck, y me quedo ahí, hecha una tonta, con una sonrisa boba y un libro en la mano, a ver si me lo autografía, por favor? Rima, así como suena, sí, R-I-M-A. (Si me encuentro alguna vez con Mayra Montero, y tolera, perdona o no ha leído las columnas en donde diferimos, le pediré, dulcemente, que firme mi copia de Tú, la oscuridad.)

El punto es que siento, digamos, cierta veneración, un poco pendeja pero espero que comprensible, por las escritoras de esa generación, y que entre mis pasatiempos favoritos no está el llevarles la contraria. Más bien quiero escucharlas y leerlas, a ver si aprendo algo.  Pero con Mayra Montero (específicamente, con los contenidos de su columna dominical) me ha pasado eso, la contrariedad, ya dos veces: La primera, cuando sentí que tenía que responder a sus aseveraciones sobre el PAN y la pobreza; la segunda, hoy, en esta respuesta a su columna «cuatro veinticinco».

La columna en cuestión tiene, a grandes rasgos, tres partes, cada una de ellas una crítica a ese slogan en protestas recientes que reza «El futuro no trabaja por $4.25.» Según Montero, el slogan 1)perpetúa la conexión en el imaginario colectivo con el modo de vida de los Estados Unidos, y no con el resto de los países latinoamericanos; 2)representa una negativa, un tanto soberbia, a vivir de manera «austera», una austeridad que, parece alegar, se nos viene encima con independencia o sin ella; y 3)es una especie de sinécdoque que representa una crítica y un desafío a la ley que establece la Junta de Control Fiscal de manera general, un desafío que ella aparentemente desaprueba, o al menos cuestiona, porque nos escandalizamos, dice, al escuchar que la junta no rendirá cuentas pero no le pedimos cuentas a la larga y colorida caravana de pillos que se han enriquecido a costa del país. Hay también una 4)sugerencia, que no dice abiertamente pero queda implícita, de que el slogan está de algún modo asociado a la vagancia, cuando enfatiza el uso de las mayúsculas que tiene el efecto de resaltar la frase «el futuro no trabaja».

Aquí en mi respuesta me voy a enfocar en los primeros dos asuntos. Con el tercero no me voy a meter, porque aunque no estoy del todo de acuerdo con el modo en que usa ese segmento dentro del argumento general de la columna, sí es cierto que plantea una verdad histórica: La caravana de pillos es real, y la rendición de cuentas ha sido efectivamente mínima. [Lo que me pregunto yo es qué tiene que ver eso con que la junta tampoco las rinda, pero en fin.  Dije que me enfocaría en los otros dos segmentos, y eso haré, porque me parecen los más importantes.] El cuarto asunto se atenderá solito, mientras escribo sobre los otros dos, estoy segura.

La columna tiene su inicio y su eje en ese slogan que parece ofender tanto a la autora: «El futuro no trabaja por $4.25.» Y es con su interpretación –tan decisiva, tan sin titubeos, tan convencida–de los significados que ese slogan evoca en la juventud que lo ha creado, que me parece que Montero –con todo el respeto (y el arrobamiento bobalicón) que me merece– se equivoca y es incluso injusta. Si le hacemos caso al argumento de Montero, tendríamos que pensar que ese slogan representa no tanto un movimiento de justicia social sino el reclamo de la continuidad de un privilegio, y la negativa de afrontar lo que somos, realmente, como país. El consumo, sugiere, nos define, y nos toca aceptar la austeridad tal y como la han aceptado en Perú, Brasil, México, Colombia…

Puede que me equivoque, pero sospecho que Montero no ha estado conversando demasiado con los grupos que crearon y reproducen el slogan en el contexto de manifestaciones diversas.

Lo que yo leo en ese slogan es algo muy distinto.  Y si me equivoco también, confío en que mis lectores me educarán al respecto y que podremos conversar saludablemente sobre el asunto. Leo lo siguiente: No se trata de jóvenes que no están dispuestos a trabajar de gratis por la patria (de hecho hay muchos, muchos, trabajando de gratis o casi de gratis por la patria ahora mismito, pero me temo que casi nunca salen en las páginas del Nuevo Día) sino de un movimiento que reconoce la modificación del salario mínimo por lo que es: un síntoma y un símbolo de un orden global particular, en donde espacios como nuestra isla deben existir en función de poner su mano de obra barata y su belleza natural a la disposición de las clases acomodadas, en su mayoría de otros países, y hacerlo sin escrúpulos y tapujos molestos como salarios mínimos o leyes ambientales. A eso se refieren los muchachos, las muchachas, con ese slogan que le parece a Montero tan antipático.  La ley que crea la junta, reduce el salario mínimo y relaja protecciones ambientales (no es casualidad que estas tres cosas vengan juntitas en un mismo paquete) nos está gritando, en efecto y látigo en mano, Miren, ustedes los puertorriqueños llevan muchos años creyendo que son iguales a nosotros, pero ha llegado la hora de la verdad y del reality check: ustedes son menos, son otra cosa, son poca cosa.

Hay otra cosa más que me inquieta, en la columna de Montero, y es la conceptualización de «austeridad».  Creo que puede ser útil, para propósitos no del diccionario sino del análisis cultural de la cosa, distinguir entre «austeridad» y «frugalidad».  La frugalidad sí que nos hace falta, y mucha, igual que le hace falta también, y mucha, a los Estados Unidos, que en eso de consumir sí nos ha educado bien y nos ha dado trato igual (encareciendo, de paso, nuestro costo de vida.) Un proyecto de país, el que sea, independentista o de otro tipo, probablemente requiere que culturalmente, los puertorriqueños abracemos una cierta frugalidad que será nueva para muchos.

Pero con esto de la frugalidad pasan dos cosas: una, que son precisamente muchos de los jóvenes detrás del slogan de marras los que nos dan lecciones de frugalidad a los más viejos, sembrando huertos, viviendo con menos, solidarizándose con las comunidades, compartiendo el alimento, moviéndose en bicicleta; y otra, que la «frugalidad» que propongo aquí y que me interesa aplicar más en mi propia vida no es lo mismo que la «austeridad» que, dice Montero, necesita el país para «salir adelante».  Esa austeridad es la que imponen, en el caso de los países de a de veras, los mecanismos detrás de la deuda y su (im)pago internacional como el FMI, y en nuestro caso, la junta que viene por ahí.

Ese numerito, «4:25» representa una realidad material (la de un salario que, a no ser que los costos de vida bajen en el país dramáticamente, sencillamente no da para vivir, para leer más sobre ese asunto use la calculadora aquí) y también simbólica, la de la austeridad que el amo le requiere al subordinado, al sirviente. En nombre de esa «austeridad» se sostiene, internacionalmente, el modo de vida de aquellos que son cualquier cosa menos austeros.

No es contra la frugalidad digna, ni contra las ganas de trabajar duro, que se rebelan y reaccionan nuestros jóvenes.  Es contra las condiciones globales y locales que reproducen un orden social injusto e insostenible. Y si ellos se callan, si no protestan ni denuncian, ahí sí que nos quedaremos sin país y no habrá nada para, como quiere Montero, «echar hacia adelante.»

 

 

 


4 respuestas a “¿»4.25″?”

  1. Bravo, Rima. Qué bueno que lo escribiste así de bien, así de justo, así de accesible. Leí esa columna, como vengo haciendo de costumbre últimamente, y me molestó. Me inquietó. Ganar menos de $4.25 en esos países no solo no es para emular, sino que constituye la mueca de la pobreza que lo que países imperiales terminan imponiendo –por activa o por pasiva– en sus antiguas y actuales colonias. Esos dineros también son insultantes, injustos y hay que combatirlos. En PR tenemos mucho que hacer. En esos países citados y otros también. Pero, en EEUU y en las potencias que siembran miseria, violencia y desigualdad por doquier ni se diga.

    La independencia de PR, que tanto anhelamos algunxs, no puede sostenerse en el sistema corrupto que se ha impuesto hasta aquí con la bendición y el beneplácito de múltiples intereses imperiales. Pero, tampoco puede venir predicada bajo una estructura de extrema inequidad y de grandes brechas entre ricos y lxs demás. Esa es la lógica que sembrará el $4.25 si algúnx gobernante puertorriqueñx se apunta a seguir haciendo el trabajo mezquino por la metrópoli. Qué pena, esa columna. Un par de aciertos en una estela de voz privilegiada.

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  2. Gracias, Lissette. A mí me da cosa, pachó, estar tan en desacuerdo con autores que admiro. Pero esa columna no me pareció justa, y además me temo que, tal vez sin quererlo, reproduce una tendencia reciente de dividirnos por generaciones en lo que debería ser una lucha común.

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  3. […] Iba a escribir de todo eso pensando en las otras álguienes a las que hace rato se nos rompió la maquinita de calcular.  Pienso en cómo en una mañana como esta nos desaparecen – antes de que llegue el lunes, pa empezar desde cero sin el cero-  mientras que las  manitas blancas y prístinas llenan una boca que se alimenta de nuestra invisibilidad. Pienso en la manera  pintoresca que tiene la escritora de ser racista, homofóbica, clasista, de atacar a la juventud que lucha contra la miseria y la colonia y pienso que hay tanto que decir y rabiar.  Iba a usar este espacio para esto pero no lo voy a hacer, o quizás sí. Lo que pido de quienes me lean, es que vean esto que escribió la compañera Rima Brusi, aquí. […]

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